Cómo me sostengo cuando no sé en qué creo

Hay días en los que no tengo idea de en qué creo. Ni en mí. Ni en un plan. Ni en Dios. Ni en Oz. Todo pasa por algo? a veces lo creo y lo confirmo. Todo pasa por casualidad? Algunas veces, las menos. Lo que sé es que en esos días en que no sé nada…esos días los veo grises. No oscuros, necesariamente, pero sí pesados. Como si el alma estuviera húmeda, empapada de incertidumbre.

Y sin embargo, me sostengo.

No por fe, no por certeza. Me sostengo por cosas mínimas: un pan con queso crema, un mensaje inesperado, una canción que me recuerda que he sentido cosas bonitas antes. A veces me sostengo solo porque no tengo otra opción. Porque ya estuve abajo y sé que, de algún modo, siempre subo.

Últimamente empecé a pensar en una forma de estar en el mundo sin necesidad de aferrarse a una creencia fija. Una especie de flotación existencial. Una vida sin ancla. Al principio me dio miedo. ¿Cómo se vive sin algo que te sostenga, sin un para qué?

Pero me di cuenta de que yo ya vivo así. Que muchas veces me he sostenido sin saber por qué ni para qué. Solo con los hilos invisibles de lo cotidiano. Con el café con leche. Con el ritual de hacer servirle la cena a mis gatos.

No sé si creo en algo grande, pero a veces creo en lo diminuto. En la ternura de un día sin sobresaltos. En el ritual de hacer mi cama. En el silencio de la noche cuando todo el mundo duerme menos yo. En esa calma que aparece cuando dejo de exigirle sentido a todo.

No sé si esto es fe. No sé si es esperanza. No sé si es solo aguante. Pero hoy, por ejemplo, me sostuve.

Siguiente
Siguiente

Hacer amistades nuevas (cuando ya no sos “tan nueva”)