Hacer amistades nuevas (cuando ya no sos “tan nueva”)

Hay una idea medio instalada de que las verdaderas amistades se hacen en la infancia o la adolescencia. Que en la adultez ya es tarde, que cada quien tiene su grupo armado, su vida en piloto automático, sus fines de semana ocupados. Y si bien eso puede ser cierto en parte… no es toda la historia.

Hacer amistades nuevas después de los 30 puede parecer raro, incluso incómodo. Hay más filtros, más barreras, más miedo al rechazo o a no “hacer clic”. Pero también hay otra cosa: hay una libertad distinta. Una ligereza. Porque ya no se trata de tener el mismo gusto musical o ir al mismo colegio o estar en el mismo grupo deportivo. Se trata de compartir algo que te entusiasme ahora. Un hobby, una clase, una conversación espontánea. Y a veces, con suerte, se siente como un pequeño milagro.

Las nuevas amistades no siempre llegan con grandes declaraciones. A veces son una risa compartida en una fila, una vecina con quien te das cuenta de que podés hablar sin esfuerzo, alguien en la misma clase de pastelería que fuiste que, sin querer, te invita a un mundo nuevo de posibilidades.

Y no hace falta que sea una amistad de película. A veces solo necesitás a alguien que te acompañe a una clase de zumba, que te mande un meme, que entienda tu emoción por el pan de masa madre. Eso también vale. Mucho.

No hay edad límite para abrirle la puerta a alguien nuevo. Y aunque a veces cueste —porque sí, es dificilísimo— también está la posibilidad de que aparezca alguien que te recuerde que no estás sola. Que todavía hay conexiones por hacer. Que lo bonito no siempre está en lo planificado… sino en lo que simplemente surge.

Anterior
Anterior

Cómo me sostengo cuando no sé en qué creo

Siguiente
Siguiente

Comer bien, moverme más… y no volverme loca en el intento