Comer bien, moverme más… y no volverme loca en el intento

No tengo una rutina perfecta. No tengo un cuerpo perfecto, ni cerca. No tengo ganas de levantarme a las 5 a. m. a hacer ejercicio mientras el mundo duerme. Tengo, eso sí, la conciencia constante de que debería estar comiendo mejor, debería estar moviéndome más, debería estar haciendo algo con este cuerpo que es mío pero a veces siento ajeno.

Mi relación con la comida y el ejercicio ha sido… complicada. A veces como por ansiedad, a veces por aburrimiento, a veces porque estoy feliz y quiero celebrarlo. Y luego me siento culpable, como si el plato tuviera consecuencias morales y me las fuera a estampar en la cara.

Y el ejercicio... bueno. Lo he intentado. Lo juro. Pago el gimnasio, voy un par de veces, y después desaparezco como si me estuviera escondiendo de un conocido que veo en la calle que no quiero saludar. No me nace. No me gusta. No lo disfruto. Pero ahí estoy, intentando otra vez, porque sé que me haría bien. Y porque quiero sentirme fuerte, no flaca. O también flaca. Las dos.

Últimamente estoy tratando de escucharme más. De hacer las paces con mi cuerpo sin exigirle perfección. De entender que cuidarme no es matarme de hambre ni forzarme a rutinas que detesto, sino encontrar formas amables de habitarme.

Y no, no tengo la fórmula. Pero me estoy alejando, de a poquito, del “todo o nada”. Si como bien una vez al día, eso vale. Si camino 20 minutos, eso cuenta. Si me hablo con ternura en vez de reproche, eso ya es un acto revolucionario.

Tal vez no se trata de ser disciplinada. Tal vez se trata de empezar a ser un poco más compasiva.

Anterior
Anterior

Hacer amistades nuevas (cuando ya no sos “tan nueva”)

Siguiente
Siguiente

El arte de ser principiante