El arte de ser principiante
No sé ser principiante. Me da ansiedad no saber. Me molesta sentirme torpe. Me frustra empezar algo y no ser buena desde el día uno. ¿Te pasa? ¿Alguna vez sentiste que si no te sale perfecto, mejor no hacerlo?
Porque en mi cabeza, si no me sale fabuloso desde el inicio, entonces no vale. Y ahí me paralizo. No empiezo. O arranco con toda la ilusión, y a los tres días abandono porque no me aguanto sentirme principiante. Porque me siento ridícula. Porque me cuesta perdonarme por no saber.
A la mejor a vos también te pasa: ver algo que te ilusiona, una clase, un hobby, un proyecto… y pensar “pero yo no sé hacer esto, ¿para qué intentarlo?” Y ahí se quedan esas ganas, quietitas, esperando no sé qué permiso.
Pero últimamente me parece que hay algo más doloroso que ser mala en algo: no hacerlo.
Quedarme con las ganas. Mirar desde afuera lo que otros sí se animaron a intentar. Guardar ideas en el cajón porque no tengo garantía de que vayan a salir bien. Eso duele más que fallar.
Entonces, algo hay que hacer.
Hay que entrenarse en el arte de ser principiante. De ser pésima. De hacer cosas feas, mediocres, lentas. De no entender. De pedir ayuda. De probar sin saber. Y si sos como yo, eso no es fácil. No es natural. Pero del otro lado de esa incomodidad está todo lo que todavía no conozco de mí, lo que vos no conoces de vos.
Estoy aprendiendo —poquito a poco— a vivir con esta nueva idea: no necesito ser buena para empezar, pero sí necesito empezar para algún día ser buena.
Y si nunca llego a serlo… bueno, al menos me animé.
No es que ya me crea esa frase, la sigo interiorizando aun.